miércoles, 26 de julio de 2017

TEJA HUASI, OASIS BOLIVIANO

Los kiwis y yo llegamos en taxi a la parada Cochabamba, de donde salían los "trufis" (así llaman a los minibuses en los que caben unas 12 personas pero entran unas 18) hacia el valle a medida que se iban llenando. La gente nos miraba como si nunca hubiera visto extranjeros pero todos sabían que ibamos a la casa de Trevor.

Según las instrucciones, tras bajar al valle pasaríamos un par de puentes y 3 aldeas antes de llegar a Mojotoro, donde teníamos que cruzar el río por un puente antes de llegar a Oasis Boliviano en la aldea de Teja Huasi. El paisaje era increíble, todo rodeado de montañas altas y muy verdes. La casa nos encantó nada más llegar. Jardín enorme con piscina, barbacoa grande y horno de barro. Pasamos la tarde en el jardín y la piscina conociéndonos un poco entre todos y comimos unos burritos vegetas riquísimos. Después de comer, Trevor nos reunió para contarnos un poco sobre el terreno, el eco-hostal y sus planes para nosotros esas semanas. Lo primero que necesitaba que hiciéramos era levantar un muro que el viento había derruido, y quería que solo usáramos barro natural para reducir el impacto ambiental que causaría la fabricación y el transporte del cemento.

La mañana siguiente, todos los voluntarios menos dos (que se ocupaban de limpiar la casa, cocinar y cuidar a Isa (a.k.a. Mowgli, el niño de la selva) y a Indira) nos pusimos manos a la obra con el muro. Cuando llegamos y vimos el percal no dábamos crédito. Era un muro muy largo y alto que estaba reventado y desperdigado por toda la zona de hierbas altas, zarzas y alambre de espino.

La primera tarea era "limpiar la zona". A mí y a Thibault nos tocó retirar todo el alambre de espino. No fue fácil porque las hierbas eran tan altas que no se veía nada. El alambre estaba enredado en plantas y enterrado debajo de muchos ladrillos. Había algo que le daba incluso más emoción a la situación. El día anterior habíamos estado hablando de la cantidad de bichos, serpientes, arañas y demás animalitos que te puedes cruzar por el jardín y mientras limpiábamos la zona, no se por qué no paraba de recordar esa conversación.


De los bichitos que convivían con nosotros, el que más nos "inquietaba" (¡nos acojonaba!) era la Nina-Nina, un avispón gigante de color negro con las alas rojas. Allí todo el mundo le respeta mucho y si se les acerca no se atreven a tocarle. Todos dicen que es mortal, la única discusión que hay al respecto es si tarda unos 20 minutos en matarte o si puedes aguantar hasta una hora, pero con un dolor horrible. A pesar de esto, también se le conoce como "el amigo del hombre", ya que mata a las también temidas tarántulas y algunas serpientes para depositar en ellas sus huevos. En la foto de la izquierda se le ve atacando a una araña o tarántula y en la de la derecha, la araña esta totalmente paralizada mientras la Nina Nina esta atrapada en la tela de otra araña más pequeña, que acabó matándola. 

 
En 5 horas, entre todos conseguimos adecentar bastante la zona y como recompensa a nuestro esfuerzo, Trevor nos invitó a unas cervezas frías para acompañar la deliciosa sopa de Quinua que preparó Leonor. Por la tarde descansamos en la piscina y a la noche estuvimos echando unas risas en el jardín con unos vinitos. Cuando me iba a ir a la piltra me avisaron de que la cama en la que dormí la noche anterior estaba ocupada. Ahora en ese cuarto dormían Leonor, su marido René (nuestro jefe en el muro) y sus 3 hijos, Isa, Leonel y Brian.
Como no había más camas libres, saqué mi tienda de campaña y la coloqué en la entrada de la casa. Con un colchón que me dejaron pude dormir muy bien. Además no tenía que madrugar porque me tocaba trabajar por la tarde. Tuve que llevar en carretilla, desde la puerta de entrada hasta el muro, el barro que Matt, Thibault y Trevor habían sacado por la mañana de unos pozos que había en el pueblo.

Fue un trabajo agotador y muy repetitivo pero había que hacerlo para poder empezar a levantar el muro nuevo. Tras 5 horas terminé con los brazos reventados pero un baño en la pisci me dio la fuerza para no irme directo a dormir y poderme quedar a escuchar la historia que nos contó Trevor sobre Alfonso, un joven de una aldea cercana que desapareció misteriosamente y del que se cuentan historias fantásticas y bastante increíbles.

Al día siguiente terminamos de recoger todos los ladrillos del suelo y podamos los hierbajos que estaban obstruyendo un paso de agua que es utilizado por todos los vecinos de la zona. Los siguientes días ya empezamos a levantar la pared. Ladrillo a ladrillo, con mucha paciencia y turnándonos en todas las tareas: preparar barro (mezclándolo con agua y removiéndolo con las manos), colocar barro en muro, mojar ladrillo y colocar en muro, limpiar barro sobrante y rellenar espacios con barro. Era una tarea sencilla pero muy lenta.

Todos los días comíamos de lujo. Leonor, con alguno de nosotros como ayudante, preparaba siempre unos platos vegetarianos riquísimos y muy sanos: muchos tipos de sopa, ensaladas buenísimas, hamburguesas de lentejas, tortillas de yuca, tartas de verduras, ajís buenísimos como el de poroto con papas...También comíamos unas frutas riquísimas como papaya, chirimoya, pacay..., verduras frescas  y cereales como yuca y quinua, muchos tipos de maíz y de patatas...Todo súper sano. Por la noche hicimos varias veces tortilla de patatas para cenar y unas cuantas más hicimos asados en la barbacoa del jardín o pizzas espectaculares en el horno de barro. De estas dos ultimas se solía encargar Matt, el gran chef de los fuegos.



Los findes solíamos aprovechar el día libre para ir a Sucre a conectarnos a Internet para dar señales de vida a nuestras familias y hacer compras grandes de comida para la semana en el mercado campesino. Este mercado era menos conocido por los turistas y bastante más caótico que el mercado central, pero tenía de todo y a muy buen precio. Allí comprábamos la carne para los asados, la fruta y la verdura, algunos caprichos y las hojas de coca que nos ayudaban al trabajar en el muro.


La hoja de coca se coloca dentro de la boca, entre la mejilla y los dientes. Se cogen unas 10 hojas y con ellas se envuelve un trocito de "lejía" o "llipta" que es como allí llaman a una piedra hecha con bicarbonato de sodio o cal y algún sabor tipo menta. Esto ayuda a que los efectos de la hoja de coca sean más intensos y le da un mejor sabor. La hoja reduce la fatiga causada por la falta de oxigeno a grandes altitudes, disminuye el hambre y los dolores de estomago y es el mejor remedio contra el soroche o mal de altura entre otras cosas. Es súper típico ver a un boliviano llevando una bolsita verde con sus hojas a todos lados, no se despegan de ella.


Estuvimos dos semanas para terminar de levantar todo el muro entre 8 personas, pero mereció la pena, nos quedó un muro perfecto que seguro que va a durar mucho más tiempo que la chapuza que habían hecho con el que se cayó.




















La tercera semana empezamos con los filtros de agua. Trevor construye filtros de agua de lluvia que luego lleva a distintas zonas del valle, donde les hace mucha falta. Se tarda unos dos días en hacer cada uno, pero son pasos sencillos los que hay que seguir. Primero se tamiza la arena y la gravilla, después se hace la mezcla con arena, gravilla y cemento. Mientras se va haciendo eso, otras dos personas se encargan de ir montando los moldes. Después de mojar la mezcla, se rellenan los moldes mientras otros dos van golpeando con mazos al molde para que no quede ninguna burbuja de aire dentro.
Uno o dos días después se puede sacar el filtro si está bien seco. Hay que darle la vuelta con cuidado y abrir el molde y desmontarlo. Mientras, otras dos o tres personas limpian la arena muchas veces, ya que esta es la que va a filtrar el agua dentro del filtro. Es un método sencillo si se tienen las herramientas y además todas las instrucciones y explicaciones de como funciona están al alcance de cualquiera en Internet.


Estando allí lo único malo que me pasó fue que me lesioné la espalda levantando un madero que iba a sujetar una parte del viejo muro que parecía más débil. Me dio un tirón muy fuerte y estuve varios días sin poder moverme bien y con mucho dolor. Fui a una "clínica" que había en Mojotoro a que me lo miraran. La respuesta de la doctora sin alma que me atendió fue que necesitaba hacerme un TAC urgente y que estaba empezando a perder la sensibilidad de la pierna y que iría a peor y en unos años ¡¡podría perderla por completo!!. También me pusieron una inyección "para calmar el dolor" pero al parecer no me la pusieron del todo bien porque me salió un bulto grande que además dolía bastante.

Al día siguiente, tras varias discusiones con mi compañía aseguradora, fui a un hospital de Sucre a hacerme el TAC que tan urgentemente parecía necesitar. El médico, casi sin tocar la espalda ni mirarme, me recetó unas pastillas y ¡4 agujas más! con las que supuestamente tenia que volver a la clínica de Mojotoro para que me las volviera a pinchar la misma enfermera (?) que me hizo la avería. Menos mal que estaba Laura, que es enfermera y se ofreció para ponérmelas.

El dolor no pasaba y ya estaba pensando muy seriamente que tendría que suspender el viaje y volverme a casa porque no podría seguir cargando los 23 kilos de mi mochila. Tras varios días bastante rallado, sin poder hacer trabajos muy físicos en el hostal y descansando bastante, el dolor fue desapareciendo casi milagrosamente (largo de contar). Aun así, hasta que me fui seguí haciendo trabajos suaves como limpiar, ayudar en la cocina o incluso echar una mano a Trevor con asuntos de marketing, publicidad y redes sociales.


El plan principal era quedarnos dos semanas y al final estuvimos un mes. En esos días conocí gente fantástica y aprendí muchísimo, sobretodo de Trevor y su mujer Caro y de René y Leonor. Disfruté muchísimo del ambiente, el lugar, la comida y sobretodo del trato que me dieron todos y espero poder volver a encontrarme con ellos. 


La noche de nuestra despedida Matt se volvió a poner a los mandos de la barbacoa y sacó unos pollos asados espectaculares que nos comimos con una ensalada, unas patatas al horno y una salsa que hizo Chris, ¡pa´ chuparse los dedos! Encendimos la hoguera y disfrutamos de unas botellas de vino mientras contábamos historias alrededor del fuego y para terminar, el anfitrión nos preparó un "canelazo" buenísimo con el que brindamos todos juntos antes de irnos a la cama.


La despedida fue dura, muy triste, pero a la vez bonita por saber que habíamos pasado unos días espectaculares en muy buena compañía. Tocaba seguir el viaje con Matt y Laura, esta vez hacia la ciudad de La Paz, de las que nos separaban unos 700km. y 12 largas horas de bus.

jueves, 20 de julio de 2017

POTOSÍ y SUCRE

POTOSÍ


En el bus iba reventado por haber madrugado tanto y sobretodo por la paliza de carrera que me había pegado cargando dos mochilones, aun así no me dormí y estuve disfrutando del paisaje durante todo el trayecto. Al llegar a lo alto de unas montañas pudimos ver a lo lejos una tormenta enorme que parecía que estaba encima de Potosí.

Cuando estábamos cerca de la ciudad, ya debajo de la tormenta, empezamos a ver un manto blanco que cubría todo. Estábamos alucinando. Ya sabíamos que Potosí es, de las grandes ciudades (+100.000 habitantes), la más alta del mundo (4090 metros), pero no nos esperábamos que estuviera nevada. Más tarde nos dijeron que era granizo.
Manto blanco de granizo
A la entrada de la ciudad el tráfico era de lo más caótico que he visto. Tardamos algo menos de 2 horas solo para ir de la entrada a la estación de bus. Estaba todo cubierto de hielo y ríos de agua bajaban por todas las carreteras, las calles se quedaban sin luz cada dos por tres y los semáforos se apagaban. Los conductores intentaban meter el morro del coche en cualquier sitio para pasar pero solo lo hacían aun más lento.

Llegamos a la estación y buscamos algún taxi que no tuviera muy mala pinta, pero en medio de la calle, sin luz, un frío que pelaba y todo el suelo inundado, nos metimos en el primero que pillamos justo antes de que empezara a granizar otra vez.
Por fin llegamos a un hotelito, muy antiguo pero acogedor, en el que poder entrar en calor y descansar. Cenamos nada más llegar y justo después fuimos a dormir porque ya no podíamos ni con nuestros huesos.

Por la mañana pude degustar uno de los peores desayunos de mi vida. Consistía en pan muy muy seco y duro, una especie de huevos revueltos como pasados por agua fría y un café concentrado que sabia a muerte. Aun así había descansado y hacía buen tiempo en la calle.

Fuimos a conocer la Casa de la Moneda, que tiene un museo muy interesante a pesar de que el guía  hablaba un inglés que se iba inventando él sobre la marcha y que ese día, por lo que fuera, no tenía muchas ganas de trabajar ni contar cosas y nos hizo el recorrido en la mitad del tiempo.

Nos hablaron de los buenos tiempos de Potosí, que llegó a ser una de las ciudades más ricas y famosas del mundo por sus minas de plata (las más grandes del mundo en el siglo XVI). En ella vivía gente de clase muy alta, pero también los mineros que trabajaban (y siguen trabajando) bajo condiciones extremas sin ningún tipo de medida de seguridad por un salario ínfimo.

Otro de los sitios de interés turístico más famosos son las minas de Potosí, donde se puede entrar a ver como trabajan y caminar por alguno de los túneles superiores. Nosotros decidimos no ir. No queríamos ir a ver a esa gente sufrir ni tampoco ser parte del show turístico que se ha montado sobre algo tan serio.

Para matar el hambre con el que nos había dejado ese desayuno tan triste, fuimos a probar un menú del día típico de Potosí. Una ensalada para empezar, una rica sopa de quinua y un buen plato de pique-macho me dejaron más que satisfecho y preparado para una buena siesta.
Después de la siesta salimos a buscar un bar donde dieran el partido Bolivia-Colombia. Creíamos que lo retransmitirían en todos los bares, pero estuvimos una hora dando vueltas hasta que encontramos donde verlo. Después volvimos a patear las calles durante casi una hora buscando otro donde dieran el Chile-Argentina. Terminamos convenciendo al dueño de un restaurante vegetariano para que lo pusiera y, ya de paso, nos cenamos unas hamburguesas de lentejas muy buenas.
Pique Macho

Nos dio la impresión de que Potosí no tenía mucho más para descubrir y decidimos seguir hacia Sucre al día siguiente.

 SUCRE


En los buses bolivianos te puedes encontrar a gente vendiendo cualquier cosa. En el bus de Potosí a Sucre uno nos quería vender un producto natural que se podía consumir de mil formas distintas y que además era bueno para todo. Lo mismo te quitaba el estrés, que te bajaba el colesterol, te limpiaba la sangre y te hacía tener la potencia sexual del toro. Además al tipo parece que le caímos bien porque nos dijo que a nosotros nos lo dejaba a mitad de precio. Aun así no compré. Si tengo que comprar a todos los que me venden un producto milagroso a un precio inmejorable en Bolivia, me quedo sin dinero en una semana.

Al salir de la terminal de bus de Sucre nos recibe un señor muy mayor que nos invita a llevarnos a nuestro hostal. No tenía mucha pinta de taxista pero transmitía confianza. Cuando me subí en el asiento del copi mis sospechas de que no era un taxista se confirmaron.

Tenía el volante a la izquierda pero el cuentakilómetros (que no subía de 0 km/h), el indicador del aceite (a 0 también) y todos los marcadores estaban a la derecha, donde me sentaba yo. El único marcador que parece que funcionaba era el de freno de mano, porque el tipo lo llevaba arriba mientras conducía. Se partía el culo cuando le preguntaba, por ejemplo, como sabia cuando echar gasolina. Antes de llegar al hostal, el señor, que aparentaba tener 99 años y medio, se puso a gritarle a un macarra que iba en una Scooter y solo gracias a que el chaval llevaba puestos los auriculares, nos libramos de un jaleo.

Llegamos al hostal 7 Patas, dejamos las cosas y salimos a comer a una chifa, que es como le llaman en casi toda Sudamérica a los restaurantes chinos. Por la tarde salimos a dar una vuelta para conocer la ciudad, ver el mercado y subir a un mirador. Esa noche cenamos unas lentejas muy buenas que había hecho Laura y fuimos pronto a la cama.





 




 












A la mañana siguiente me desperté muy flojo y con el estomago muy revuelto así que ni desayuné. Al mediodía quedamos con Trevor, el dueño de la casa de huéspedes donde íbamos a hacer dos semanas de voluntariado. Mientras le esperamos me entró mucho frío y me sentí muy débil, así que después de conocer a los demás voluntarios y escuchar las instrucciones de como llegar a Teja Huasi me fui directo a la cama.

Tras una siesta de casi 4 horas me levanté mucho mejor y salí a comer algo con los kiwis. Al parecer ya estaba recuperado porque terminamos en un pub irlandés probando zumos de cebada artesanal mientras jugábamos a los dardos.

Al día siguiente seguimos las instrucciones de Trevor para llegar hasta Teja Huasi, donde estuvimos tan a gusto que alargamos nuestra estancia a un mes.
 

jueves, 6 de julio de 2017

SALAR DE UYUNI

A las 4 de la mañana recogimos las mochis y salimos a esperar a que Eddy viniera a por nosotros para salir a conocer uno de los sitios más increíbles en los que he estado. La noche anterior nos dijeron que estábamos de suerte porque unos días antes había llovido y el salar estaba inundado, pero que debíamos llevar unas chancletas para que el agua salada no estropeara nuestras zapatillas.

Cuando llegamos todo estaba todavía muy oscuro, pero aun así Eddy nos dijo que saliéramos del coche para disfrutar mejor del amanecer. Todavía quedaba una hora para que empezara a salir el sol y estábamos en medio de un desierto en donde el viento soplaba durísimo con los pies metidos en agua helada ¡en chancletas!.

Para evitar que se me gangrenaran los dedos y me los tuvieran que amputar, me subí al coche pero tampoco mejoró mucho el asunto porque el viento golpeaba mucho más fuerte y la sal que cubría el coche estaba comiéndose poco a poco mi ropa. Tocó volver a refrescar los pies y esperar valientemente a que Loren asomara la cabeza.

Poco a poco se iba aclarando el cielo aunque no pudimos ver el sol hasta un buen rato después del amanecer porque había muchas nubes. Aprovechamos los primeros rayos para empezar a movernos un poco y sacar las primeras fotos. Eddy sacó al artista que lleva dentro y nos fue dando indicaciones para posar de mil formas distintas mientras sacaba las fotos como si fuera profesional. Al verlas más tarde pudimos comprobar que había sido poco más que postureo.











Tras sacar unas 3300 fotos, pudimos subir al coche a calentar los pinrreles e ir a desayunar. Nos llevaron al Hotel de Sal, un sitio muy curioso que, como alguno ya se habrá podido imaginar, esta hecho de sal. Allí recuperamos la temperatura tomando unos cuantos cafés y mates de coca antes de ir a otro punto en medio de la nada a sacar las típicas fotos chorras. 







Para terminar el tour nos llevaron a comer "pollo malo" a un mercado artesanal. El día anterior por la tarde pude escuchar en el coche a Eddy hablando por teléfono y diciendo alto y claro que iba a comprar "pollo malo" para el almuerzo. Me entró un ataque de risa y les traduje a los demás lo que había oído. Le pregunté a Eddy qué había querido decir con eso y con una risa un poco nerviosa me dijo que era una broma y que iba a comprar el mejor pollo de Uyuni.

Cuando terminamos el pollo (que estaba bastante bueno) nos llevaron a la oficina de la agencia donde dejamos las mochilas para ir a comprar los billetes para Potosí y dar una ultima vuelta por el pueblo.

Unos 15 minutos antes de que saliera nuestro bus fuimos a por las mochis pero vimos que la agencia estaba cerrada. La encargada había salido a comer sabiendo que nosotros teníamos un bus. Cuando faltaban 5 minutos, Laura salió corriendo a la estación para decir al bus que esperara o para pedir que nos devolvieran el dinero. Inmediatamente después llegaron, con toda la calma, a abrir la oficina y yo tuve que coger mi mochila grande y la de Laura e intentar correr al bus.

Entre el calor que hacía, los 23 kilos de mi mochi y los 15 de la de Laura se me hizo imposible correr y cada 20 pasos perdía el aliento. Fue una carrera agónica pero conseguimos llegar solo 3 minutos tarde.

No habíamos recordado que estábamos en Bolivia y que los horarios de bus son meramente orientativos, ya que hasta que no se llenan, no salen. Tuvimos que esperar media hora hasta que lo llenaron. El viaje a Potosí iba a ser mucho más duro de lo que nos esperabamos.

TOUR ATACAMA - SALAR DE UYUNI

El lunes 20 de marzo a las 8 de la mañana pasó a recogerme la furgoneta que nos llevaría hasta la frontera entre Chile y Bolivia, pasando primero por el control fronterizo chileno donde estuvimos haciendo cola algo más de una hora. Durante el camino disfrutamos de unas vistas increíbles del desierto mientras ascendíamos hasta 4480 metros de altura pasando cerca de un par de volcanes nevados espectaculares. El puesto fronterizo Hito Cajón era una casetilla enana en medio de la nada donde nos esperaban los jeeps para empezar nuestro tour después de un buen desayuno.
Paso fronterizo Hito Cajón

Cargamos nuestras mochis en el techo del todoterreno y conocimos a los que iban a ser nuestros compis de viaje durante los 3 días que duraba el tour por el altiplano boliviano; Franka y Mateo, suizos y Laura, alemana. El guía que nos tocó era Eddy, un boliviano muy simpático pero que no tenia ni idea de hablar inglés, por lo que me tocó hacer de traductor durante todo el viaje.

Empezamos en la reserva Eduardo Avaroa, recorriendo una serie de lagos de distintos colores que variaban según la composición de sales y minerales que contenían. Pasamos primero por la laguna blanca y después por la verde, que está a las faldas del volcán Licancabur (5916 ms.), antes de ir a ver las Rocas de Dalí, un extraño paisaje desértico donde parecía que habían "plantado" unas grandes rocas con formas surrealistas. En realidad eran rocas que habían llegado volando desde muy lejos cuando los volcanes de donde salieron escupidas entraron en erupción hace cientos de años.

Laguna Blanca
Rocas de Dalí
Laguna Verde
Antes de ir a comer nos dimos un baño en las aguas termales de Polques donde nos recomendaron estar "entre 15 y 17 minutos" ya que más tarde íbamos a subir a El Sol de Mañana, un área desértica enorme situada a 4900 metros y el calor del agua podía afectar al cuerpo de tal forma que el soroche o mal de altura nos afectara mucho más. Allí subimos para ver los geisers, de donde salían unas columnas de 10 a 50 metros de vapor de azufre y demás gases que hacían bastante difícil la respiración.
Antes de llegar al pueblito donde pasaríamos la noche, visitamos la Laguna Rosa, que debe su nombre a las algas de ese color que son el alimento principal de los miles (hasta 30000) de pelicanos que inundaban la laguna.

Después de muchas horas metidos en el coche recorriendo caminos de tierra y piedras, llegamos a una diminuta aldea situada a unos 4500 msnm, donde después de cenar una sopa caliente y algo de pasta nos fuimos muy temprano a la cama para reponer fuerzas y prepararnos para las horas que nos esperaban al día siguiente dentro del jeep.

La noche no fue muy reparadora, ya que debido a la altura a la estábamos, se hizo bastante complicado dormir por la sensación de falta de oxigeno que me tuvo agobiado y despierto casi toda la noche.

Un par de cafés y unas tortitas con manjar (así llaman al dulce de leche en Chile) muy buenas me dieron la energía para afrontar con muchas ganas lo que nos quedaba por conocer ese día.
Empezamos visitando un valle gigante donde había formaciones rocosas con formas y nombres muy curiosos, como por ejemplo la Copa del Mundo, el Dromedario, Italia (a esta había que echarle mucha imaginación) y también pudimos ver unas pinturas rupestres muy antiguas

El Dromedario
La Copa del Mundo

Después pasamos por un par de lagos; En el primero nos pudimos acercar mucho a los grandes grupos de llamas que estaban comiendo en sus orillas y el segundo fue el que más me gustó. Le llaman la Laguna Negra debido a unas plantas de ese color que cubren todo el fondo. Aquí nos quedamos un buen rato relajándonos y tomando el sol mientras disfrutábamos de las vistas desde lo alto de una roca.


Laguna Negra
Lo ultimo que visitamos antes de comer fue la Garganta de la Anaconda, un cañón enorme al que daba bastante respeto asomarse desde la altura a la que estábamos. En Alota nos dieron un pastel de papa mucho más comestible que las "chuletas" del día anterior y después de descansar un rato salimos dirección Uyuni.
Aunque la carretera fuera de tierra, parecía bastante segura e incluso aburrida por lo recta que era, pero nos comentaron que solía haber bastantes accidentes. De hecho fuimos testigos de uno bastante feo; un camión volcó derramando lo que parecía combustible además de todo lo que transportaba en su parte trasera. Llevaba mucho material de construcción como piedras, cemento, grandes barras de metal y algo imprescindible para una obra (aunque al parecer no fuera mucho más valioso que lo demás): 3 trabajadores. Al parecer, aunque en la cabina hubiera sitio justo para ellos solo estaba ocupada por el conductor y el ingeniero de la obra.
Temiendo lo peor nos paramos para intentar ayudar pero nos dijeron que ya estaba todo bajo control. La ambulancia ya estaba en camino y todos los ocupantes del camión estaban fuera de peligro, solo con algunas contusiones de menor o mayor gravedad.

Después del susto llegamos a San Cristóbal, un pequeño pueblo en el que los trabajos y vidas de sus habitantes giran en torno a una mina. La mina es propiedad de un japonés que también es dueño de un gran hotel de lujo al que solo puede entrar él o sus invitados y de ¡un aeropuerto privado!.

La última parada antes de llegar a Uyuni es el cementerio de trenes, donde en 1899 se contruyó la primera linea ferroviaria del país que llegaba hasta las minas de plata de Huanchaca (Antofagasta). Ahora más de 100 vagones abandonados hacen de este lugar un museo al aire libre muy curioso. 


Esa noche la pasamos en el hostal Sal Negra, propiedad de un tipo con un serio desorden mental pero que era muy divertido y que nos dio de cenar un potente Pique Macho antes de irnos pronto a dormir.
Nos teníamos que despertar a las 4 de la mañana para llegar a ver el amanecer en el espectacular Salar de Uyuni (que dejo para otra entrada debido a la gran cantidad de fotos en las que salimos, básicamente, haciendo el chorra).