Como este es mi blog, hago lo que me da la gana con él! jajaja! Así que he decidido no seguir un orden cronológico estricto y publicar la que probablemente haya sido la mejor experiencia que he tenido hasta ahora en mi viaje.
Tras volver de Uruguay (contaré eso más adelante) y pasar un par de días en el piso d
e Buenos Aires, compré un boleto de ómnibus (así llaman aquí al autobús) para ir a Iguazú. El trayecto fue de 19 horas pero a pesar de lo duro que suena no estuvo tan mal. El asiento era cómodo, nos pusieron un par de películas y nos dieron de "cenar" y "desayunar" y pude dormir algunas horitas.
Llegué a Puerto Iguazú sobre las dos de la tarde y, tras descansar un rato en un cama más cómoda en el hostal, salí a conocer el Hito de las tres fronteras, donde se pueden ver Foz de Iguazú (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay).
Aunque el paseo hasta allí no fue muy largo, me sirvió como muestra del terrible calor que se puede llegar a sentir, sobretodo debido a la humedad que hay en toda la zona.
Al día siguiente, por la mañana temprano salí hacia el Parque Nacional. A pesar de empezar pronto, nada más llegar y empezar a patear un poco, ya empecé a sudar (no paré en las 5-6 horas que duró mi paseito).
Como me habían recomendado, primero hice el sendero inferior, ya que es el más largo y más duro para hacer bajo el sol. Por el camino pude ver cocodrilos, monos, una vívora y muchos coaties, que al estar tan acostumbrados a la presencia humana no dudan en acercarse e incluso a robar la comida a los visitantes menos precavidos.
Al
terminar el recorrido inferior se llega a una zona de donde salen unas lanchas
que te llevan por el río hasta las cataratas. Aunque era un poco caro, la idea
de mojarme bajo las cascadas me pareció una oportunidad única y no pude
desaprovecharla.
La
verdad es que no me defraudó, la explosión de adrenalina al meternos debajo de
ese chorro de agua fue mucho mayor de lo que imaginaba y las vistas desde el
río son impresionantes.
Tengo
unos vídeos que lo demuestran, pero de momento, por problemas técnicos, no los
puedo subir.
Tras
parar a reponer fuerzas, continué por el sendero superior desde donde se ve
todo desde otra perspectiva más amplia. Es algo más corto y menos caluroso ya que está
más resguardado por los miles de árboles de la zona y por lo tanto se hace más ameno.
Al
terminar, se llega de nuevo a la zona del tren que te acerca a la Garganta del
Diablo, la joya de la corona del Parque Nacional. Cuando me bajé del tren, paré
un rato a comer un par de empanadas y decidí cambiarme de ropa, ya que estaba
empapado.
No fue la
mejor idea, porque unos minutos más tarde, cayó una tormenta que no sé de donde
salió y me volvió a inundar.
Cuando
paró un poco, salí hacia la Garganta. De camino ya se escuchaba el sonido de la
fuerza del agua y se veía una nube gigante al fondo que me hizo acelerar el
paso.
Al
llegar al mirador y buscar un lugar desde el que asomarme entre tantos visitantes,
me quedé totalmente embobado por el espectáculo. Creo que estuve como 20
minutos disfrutando del paisaje y no había quien me quitara de mi lugar
privilegiado por mucho que se quejaran y murmuraran cosas bonitas de mi familia en varios idiomas.
Después
de eso y todavía alucinando, tomé el tren de vuelta y salí del Parque. Al
llegar al hostal me quedé el resto de la tarde en la piscina refrescándome y
recordando el espectáculo del que acababa de ser testigo. Esa noche dormí como
un bebe con las imágenes de la Garganta del Diablo todavía frescas en mi
memoria.