lunes, 19 de junio de 2017

SAN PEDRO DE ATACAMA

El 16 de marzo volé de Santiago a San Pedro de Atacama. Tuve que esperar casi dos horas en la cola del mostrador de facturación y después, en el avión, cuando pedí un vaso de agua, me dijeron que la compañía no se lo permitía, que si quería beber algo lo tenía que comprar. Aparte de eso el vuelo fue bastante bien y las vistas del desierto fueron impresionantes.

Al llegar al aeropuerto pillé un minibus hasta San Pedro. Todo el camino (de unas 2 horas) estuvo amenizado por una niña de unos 3 años aporreando una guitarra detrás de mi oreja sin que los simpáticos de sus padres le dijeran nada. Lo mejor del viaje fue la llegada; todo el pueblo estaba a oscuras y estaba lloviendo...¡en el desierto mas árido del mundo!

Al bajar del taxi pude comprobar que todo el pueblo estaba inundado, incluido el hostal y la habitación donde yo dormía esa noche. Me dijeron que era algo casi imposible, que si alguna vez llueve, no es ni en esa época ni en esas cantidades.

Antes de poder dejar la mochi en el cuarto y hacer el check-in, me puse a echar una mano para sacar el agua de las habitaciones y la dueña del hostal estuvo tan agradecida que me hizo un precio especial todas las noches y en algunos tours.

El primer día que pasé allí, lo aproveché para recorrer el pueblo y por la tarde hice el primer tour. Fui a ver el Valle de la Luna, una parte preciosa del desierto de Atacama que, desde sus dunas de arena más altas, tiene unas vistas increíbles a varios volcanes y al resto del enorme desierto. Después entré en las cuevas de sal, que por dentro tienen unos colores y unas formas super curiosas, aunque quizás no sean muy recomendables para quienes sufran de claustrofobia. Al final del tour nos llevaron a La Gran Duna desde donde pudimos disfrutar de una puesta de sol increíble.














Un par de horas después de volver del Valle de la luna, pillé el bus que me llevó de nuevo fuera del pueblo para disfrutar de "Una noche con las estrellas", uno de los tours más recomendables en Atacama, donde nos explicaron muchas cosas sobre las estrellas, los planetas y demás temas relacionados con el Universo mientras lo observábamos a través de telescopios muy potentes. Aprendí qué eran las nebulosas, cual era la diferencia entre un meteoroide (estrella fugaz) y un meteorito, como es realmente la Osa Mayor, el Cinturón de Orión y la Cruz del Sur y vi estrellas de distintos colores como la "supergigante roja" Betelgeuse (la 9ª más brillante en el cielo). Uno de los momentos que más me gustó fue poder observar la Luna de cerca y hasta sacarle unas fotos con el móvil.
Al contemplar la grandeza de lo que nos rodea ahí fuera me sentí diminuto y me dio la sensación de que todos esos problemas que nos ocupan la mente a diario son realmente insignificantes para el mundo. Esa sensación me acompañó durante toda la noche y me ayudó a dormir como un bebé.

El día siguiente lo aproveché para descansar, ver un partido del Athletic y disfrutar de la pisci del hostal. Me acosté muy temprano porque tenía que despertarme a las 4 para subir a ver los Geisers del Tatio.

Después de unas 2 horas de subida, llegamos a 4290 metros (es el campo geotérmico más alto del mundo y el tercero en extensión), donde hacia un frío del carajo ya que todavía no había amanecido. Visitamos el primer balcón de géisers mientras salía Lorenzo por detrás de las montañas y después de desayunar y recorrer otro par de balcones más, nos llevaron a la piscina de agua termal. Aunque fuera seguía pegando la rasca y la salida fue un poco dura, dentro se estaba de vicio; calentito y con unas vistas espectaculares del valle lleno de columnas de vapor de agua saliendo del suelo.
Al volver pasamos por una pequeña aldea, donde probamos unos pinchos de alpaca riquísimos, antes de llegar de vuelta a San Pedro. Esa tarde me encontré con Matt y Laura, mis colegas kiwis, con los que al día siguiente saldría hacia Bolivia donde íbamos a hacer un tour de 3 días hasta el salar de Uyuni.

domingo, 18 de junio de 2017

SANTIAGO DE CHILE

Adri ya me había indicado como llegar de la estación hasta su casa, así que siguiendo sus instrucciones, primero pillé el metro (mucho más tranquilo de lo que me esperaba) y después un taxi que me dejó en la puerta. Dejé mis cosas en el cuarto que me habían preparado mis anfitriones y salí a comer.
Vistas desde la terraza
Le pregunté al portero si había algún lugar cerca para comer algo barato y él me respondió literálmente: "Bilbao con los Leones", lo que me dejó un poco deshubicado porque pensaba que igual estaba haciéndome alguna referencia al Athletic sabiendo que Adrián y yo somos de Bilbao, pero realmente me estaba indicando un restaurante que estaba entre la calle Bilbao y la calle Leones, ¡que también es coincidencia!

Después de comer un bocata de pollo con palta (en Chile nunca falla) volví a casa y me encontré con Adri en el portal. Bajamos a la piscina de su edificio y por la noche nos cenamos unos bocatas muy ricos charlando en la terraza antes de ir pronto a dormir porque todos estábamos bastante cansados.

El sábado comimos un pollo asado muy bueno en casa y por la tarde salimos a hacer slackline en un parque. A ellos se les daba bastante bien, pero a mí me pareció super complicado poder mantener el equilibrio más de diez segundos sobre la cuerda y además cansa bastante más de lo que parece. Esa noche la pasamos tranquilos en casa cenando pizza y tomando unos fernets mientras echábamos unas risas.

El domingo fuimos a un peruano muy bueno y por la tarde salimos a dar un paseo por la zona tranquilamente y fuimos pronto a la cama porque a estos les tocaba madrugar mucho al día siguiente para ir a currar. Yo aproveché para salir a conocer la ciudad con Mat, que también estaba allí.

No se si a él le gustará recordarlo, pero cayó en una de las trampas más típicas para turistas novatos; Un trilero tenía tres chapas y había que adivinar cual era la que tenia el escudo del Colo-Colo por debajo. La verdad es que lo tenía muy bien montado y hasta que nos fuimos, no nos dimos cuenta de que había mucha más gente compinchada de la que pensábamos en un principio. Después de dejarse ahí unos cuantos euskos fuimos a conocer sitios turísticos como la Casa de la moneda, la Plaza de Armas, el cerro Santa Lucia, la Plaza Italia y finalmente lo mejor que tiene la ciudad: la Euskal Etxea.

Vistas desde cerro Santa Lucía


Era una casa bastante grande, con balcones de madera pintados de verde y realmente parecía una casa vasca. Tenía un gran restaurante y un par de frontones, uno interior y otro exterior. Había gente entrenando para los campeonatos mundiales de pelota a paleta (pala) y otros echando una pachanga de pelota mano. Estuvimos hablando con ellos y nos contaron que también daban clases de Euskera y de danzas vascas. Por la noche cenamos en el restaurante una tortilla de patata y unas croquetas de chorizo y de piperrada con unos mojitos de patxaran muy buenos.


Torti, croquetas y mojito de patxaran
 


El martes fui con Mat a ver un par de mercados; la Vega Central, uno de los mercados de fruta y verdura más grandes de Sudamérica y el Mercado Central, donde comimos un ceviche y una merluza frita antes de ir a probar el típico Terremoto (vino dulce con helado de piña y fernet) a la Piojera, uno de los bares más antiguos de Santiago. De ahí fuimos a un bar vasco, el Txoko Alavés, donde el dueño, un vitoriano enamorado de Bilbao (más concretamente del "bar" la Palanca), nos invitó a unos kalimotxos mientras nos cantaba canciones típicas de txikiteros y nos contaba historias de cuando iba a San Mamés con su acordeón y luego a la Palanca a visitar a sus "amigas".

Por la noche fuimos a una típica calle de bares en el barrio Bellavista y alucinamos con el ambiente que había para ser un martes. Nos cenamos una buena chorrillana y terminamos la noche tomando un gin tonic en un bar de reggae muy guapo.

Al día siguiente el de Biarritz ya se había ido, así que aproveché para descansar y hacer unas compras que necesitaba. Por la noche, Adri y Caro me invitaron a cenar y tomar unas cervezas para despedirnos porque a la mañana siguiente yo cogía un avión a San Pedro de Atacama. Aunque fue una pena no poder compartir más rato con ellos porque tenían que currar, estuve super a gusto en su casa y me trataron de maravilla.

jueves, 8 de junio de 2017

MAITENCILLO



Alvaro, el dueño del hostal Maitencillo Alto, me dijo que fuera a verle sin haberme confirmado del todo que quisiera que trabajara en su hostal, pero fui para allí y después de una charla de cinco minutos me dijo que quería que pasara allí dos semanas. Por lo poco que había visto en el camino, el pueblo tenia muy buena pinta y decidí quedarme. Esa tarde la aproveché para dar una vuelta por las playas y pegarme unos baños.

El mar era muy bravo y había bandera roja en toda la costa. Aún así, la gente entraba al agua pero sin pasar de donde cubriera más arriba de la cintura. Al entrar, noté que la corriente era muy fuerte así que yo hice lo mismo.

Esa noche cené con Alvaro y su amigo "El Chispas", los dos tendrían unos treinta y muchos años pero aparentaban ser dos chavalillos por la forma de hablar que tenían, que se me hacía muy difícil de entender por su exagerado acento chileno. La habitación donde cenamos era donde estaba la recepción y tambien donde yo y "El Chispas" ibamos a dormir.

A la mañana siguiente ya empecé a trabajar. El jefe me enseñó como preparar y recoger los desayunos y después me pidió que rastrillara todo el suelo para sacar el millón y medio de colillas que había (no he visto a mucha gente fumar tanto como él). Fue un trabajo sencillo y para cuando me di cuenta ya habían pasado las 4 horas de mi jornada laboral y estaba comiendo con él y la "Tía Ana", una señora mayor que le ayudaba limpiando las habitaciones. Era muy simpática y quizás demasiado curiosa porque no paró de hacerme preguntas durante todo el tiempo que pasé allí. Por la tarde volví a la playa aprovechando el buen tiempo hasta volver a cenar con mis dos compañeros de cabaña.

El segundo día me tocó encargarme del desayuno a mi solo, pero aun así fue una tarea muy sencilla que no me ocupaba ni la mitad de las 4 horas que tenía que trabajar. Por la tarde aproveché para escribir un rato y salir a la playa. Casi todos los días fueron iguales; desayuno por la mañana y playa por la tarde. Me vino muy bien para desconectar, descansar mi espalda de cargar la mochila, escribir un poco y comer bien (hacía mucho tiempo que solo comía sandwiches o pasta, si podía cocinar).

Un par de días también tuve que encargarme de la recepción, que básicamente consistía en recibir a los huéspedes, enseñarles su habitación, comentarles un par de cosas sobre el hostal y estar pendiente de si querían algo durante su estancia.
Cala Cuja

Cuando llevaba allí casi una semana vinieron a visitarme Adrián (un compañero del colegio al que hacía mucho que no veía) y su novia Caro. Me hizo mucha ilusión y me sirvió para salir un poco de la rutina en la que estaba entrando, que a pesar de ser agradable, a veces se podía hacer un poco aburrida.

Comiendo con los ojos
 
Pasé un buen par de días con ellos, yendo a la playa y comiendo y cenando juntos. Ellos ya conocían el pueblo y me llevaron a Playa Cuja, una cala muy guapa. Ese día por la tarde Adri se lo curró. Se invitó a unos platitos de embutido y de queso rico que le había enviado su ama que hicieron que se me cayera la baba y me lloraran los ojos de la emoción y después hizo un pescado a la parrilla cojonudo. Todo esto mientras veíamos un partido del Athletic antes de que ellos volvieran a Santiago.






El lunes y el martes eran mis días libres. el primer día lo pasé en la playa y el martes aproveché para ir a conocer Viña del Mar que, según lo que había leído, debía ser un sitio muy bonito donde iban a veranear muchos chilenos con plata. La verdad es que no me gustó especialmente. Las playas no le llegaban ni a la altura del betún a las playas de Maitencillo y la ciudad era "demasiado ciudad" para mi gusto y había demasiada gente para lo poco que tenia que ofrecer.

Viña del Mar



Estuve en el hostal otros tres días haciendo lo mismo y ayudando a la Tía Ana a limpiar de vez en cuando y encargándome algo más de la recepción de los clientes para que Alvaro tuviera tiempo de hacer otras cosas fuera del hostal.

El viernes, dos días antes de lo acordado, le pregunté si podía terminar mi voluntariado antes porque Adri y Caro me habían invitado a pasar el finde en su casa de Santiago. No le importó mucho porque justo llegaba su novia, que se iba a a quedar un tiempo a ayudarle, así que en cuanto me dio el visto bueno, pillé la mochi, que ya tenía preparada y salí a coger un bus a Santiago.