jueves, 8 de junio de 2017

MAITENCILLO



Alvaro, el dueño del hostal Maitencillo Alto, me dijo que fuera a verle sin haberme confirmado del todo que quisiera que trabajara en su hostal, pero fui para allí y después de una charla de cinco minutos me dijo que quería que pasara allí dos semanas. Por lo poco que había visto en el camino, el pueblo tenia muy buena pinta y decidí quedarme. Esa tarde la aproveché para dar una vuelta por las playas y pegarme unos baños.

El mar era muy bravo y había bandera roja en toda la costa. Aún así, la gente entraba al agua pero sin pasar de donde cubriera más arriba de la cintura. Al entrar, noté que la corriente era muy fuerte así que yo hice lo mismo.

Esa noche cené con Alvaro y su amigo "El Chispas", los dos tendrían unos treinta y muchos años pero aparentaban ser dos chavalillos por la forma de hablar que tenían, que se me hacía muy difícil de entender por su exagerado acento chileno. La habitación donde cenamos era donde estaba la recepción y tambien donde yo y "El Chispas" ibamos a dormir.

A la mañana siguiente ya empecé a trabajar. El jefe me enseñó como preparar y recoger los desayunos y después me pidió que rastrillara todo el suelo para sacar el millón y medio de colillas que había (no he visto a mucha gente fumar tanto como él). Fue un trabajo sencillo y para cuando me di cuenta ya habían pasado las 4 horas de mi jornada laboral y estaba comiendo con él y la "Tía Ana", una señora mayor que le ayudaba limpiando las habitaciones. Era muy simpática y quizás demasiado curiosa porque no paró de hacerme preguntas durante todo el tiempo que pasé allí. Por la tarde volví a la playa aprovechando el buen tiempo hasta volver a cenar con mis dos compañeros de cabaña.

El segundo día me tocó encargarme del desayuno a mi solo, pero aun así fue una tarea muy sencilla que no me ocupaba ni la mitad de las 4 horas que tenía que trabajar. Por la tarde aproveché para escribir un rato y salir a la playa. Casi todos los días fueron iguales; desayuno por la mañana y playa por la tarde. Me vino muy bien para desconectar, descansar mi espalda de cargar la mochila, escribir un poco y comer bien (hacía mucho tiempo que solo comía sandwiches o pasta, si podía cocinar).

Un par de días también tuve que encargarme de la recepción, que básicamente consistía en recibir a los huéspedes, enseñarles su habitación, comentarles un par de cosas sobre el hostal y estar pendiente de si querían algo durante su estancia.
Cala Cuja

Cuando llevaba allí casi una semana vinieron a visitarme Adrián (un compañero del colegio al que hacía mucho que no veía) y su novia Caro. Me hizo mucha ilusión y me sirvió para salir un poco de la rutina en la que estaba entrando, que a pesar de ser agradable, a veces se podía hacer un poco aburrida.

Comiendo con los ojos
 
Pasé un buen par de días con ellos, yendo a la playa y comiendo y cenando juntos. Ellos ya conocían el pueblo y me llevaron a Playa Cuja, una cala muy guapa. Ese día por la tarde Adri se lo curró. Se invitó a unos platitos de embutido y de queso rico que le había enviado su ama que hicieron que se me cayera la baba y me lloraran los ojos de la emoción y después hizo un pescado a la parrilla cojonudo. Todo esto mientras veíamos un partido del Athletic antes de que ellos volvieran a Santiago.






El lunes y el martes eran mis días libres. el primer día lo pasé en la playa y el martes aproveché para ir a conocer Viña del Mar que, según lo que había leído, debía ser un sitio muy bonito donde iban a veranear muchos chilenos con plata. La verdad es que no me gustó especialmente. Las playas no le llegaban ni a la altura del betún a las playas de Maitencillo y la ciudad era "demasiado ciudad" para mi gusto y había demasiada gente para lo poco que tenia que ofrecer.

Viña del Mar



Estuve en el hostal otros tres días haciendo lo mismo y ayudando a la Tía Ana a limpiar de vez en cuando y encargándome algo más de la recepción de los clientes para que Alvaro tuviera tiempo de hacer otras cosas fuera del hostal.

El viernes, dos días antes de lo acordado, le pregunté si podía terminar mi voluntariado antes porque Adri y Caro me habían invitado a pasar el finde en su casa de Santiago. No le importó mucho porque justo llegaba su novia, que se iba a a quedar un tiempo a ayudarle, así que en cuanto me dio el visto bueno, pillé la mochi, que ya tenía preparada y salí a coger un bus a Santiago.

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