miércoles, 26 de julio de 2017

TEJA HUASI, OASIS BOLIVIANO

Los kiwis y yo llegamos en taxi a la parada Cochabamba, de donde salían los "trufis" (así llaman a los minibuses en los que caben unas 12 personas pero entran unas 18) hacia el valle a medida que se iban llenando. La gente nos miraba como si nunca hubiera visto extranjeros pero todos sabían que ibamos a la casa de Trevor.

Según las instrucciones, tras bajar al valle pasaríamos un par de puentes y 3 aldeas antes de llegar a Mojotoro, donde teníamos que cruzar el río por un puente antes de llegar a Oasis Boliviano en la aldea de Teja Huasi. El paisaje era increíble, todo rodeado de montañas altas y muy verdes. La casa nos encantó nada más llegar. Jardín enorme con piscina, barbacoa grande y horno de barro. Pasamos la tarde en el jardín y la piscina conociéndonos un poco entre todos y comimos unos burritos vegetas riquísimos. Después de comer, Trevor nos reunió para contarnos un poco sobre el terreno, el eco-hostal y sus planes para nosotros esas semanas. Lo primero que necesitaba que hiciéramos era levantar un muro que el viento había derruido, y quería que solo usáramos barro natural para reducir el impacto ambiental que causaría la fabricación y el transporte del cemento.

La mañana siguiente, todos los voluntarios menos dos (que se ocupaban de limpiar la casa, cocinar y cuidar a Isa (a.k.a. Mowgli, el niño de la selva) y a Indira) nos pusimos manos a la obra con el muro. Cuando llegamos y vimos el percal no dábamos crédito. Era un muro muy largo y alto que estaba reventado y desperdigado por toda la zona de hierbas altas, zarzas y alambre de espino.

La primera tarea era "limpiar la zona". A mí y a Thibault nos tocó retirar todo el alambre de espino. No fue fácil porque las hierbas eran tan altas que no se veía nada. El alambre estaba enredado en plantas y enterrado debajo de muchos ladrillos. Había algo que le daba incluso más emoción a la situación. El día anterior habíamos estado hablando de la cantidad de bichos, serpientes, arañas y demás animalitos que te puedes cruzar por el jardín y mientras limpiábamos la zona, no se por qué no paraba de recordar esa conversación.


De los bichitos que convivían con nosotros, el que más nos "inquietaba" (¡nos acojonaba!) era la Nina-Nina, un avispón gigante de color negro con las alas rojas. Allí todo el mundo le respeta mucho y si se les acerca no se atreven a tocarle. Todos dicen que es mortal, la única discusión que hay al respecto es si tarda unos 20 minutos en matarte o si puedes aguantar hasta una hora, pero con un dolor horrible. A pesar de esto, también se le conoce como "el amigo del hombre", ya que mata a las también temidas tarántulas y algunas serpientes para depositar en ellas sus huevos. En la foto de la izquierda se le ve atacando a una araña o tarántula y en la de la derecha, la araña esta totalmente paralizada mientras la Nina Nina esta atrapada en la tela de otra araña más pequeña, que acabó matándola. 

 
En 5 horas, entre todos conseguimos adecentar bastante la zona y como recompensa a nuestro esfuerzo, Trevor nos invitó a unas cervezas frías para acompañar la deliciosa sopa de Quinua que preparó Leonor. Por la tarde descansamos en la piscina y a la noche estuvimos echando unas risas en el jardín con unos vinitos. Cuando me iba a ir a la piltra me avisaron de que la cama en la que dormí la noche anterior estaba ocupada. Ahora en ese cuarto dormían Leonor, su marido René (nuestro jefe en el muro) y sus 3 hijos, Isa, Leonel y Brian.
Como no había más camas libres, saqué mi tienda de campaña y la coloqué en la entrada de la casa. Con un colchón que me dejaron pude dormir muy bien. Además no tenía que madrugar porque me tocaba trabajar por la tarde. Tuve que llevar en carretilla, desde la puerta de entrada hasta el muro, el barro que Matt, Thibault y Trevor habían sacado por la mañana de unos pozos que había en el pueblo.

Fue un trabajo agotador y muy repetitivo pero había que hacerlo para poder empezar a levantar el muro nuevo. Tras 5 horas terminé con los brazos reventados pero un baño en la pisci me dio la fuerza para no irme directo a dormir y poderme quedar a escuchar la historia que nos contó Trevor sobre Alfonso, un joven de una aldea cercana que desapareció misteriosamente y del que se cuentan historias fantásticas y bastante increíbles.

Al día siguiente terminamos de recoger todos los ladrillos del suelo y podamos los hierbajos que estaban obstruyendo un paso de agua que es utilizado por todos los vecinos de la zona. Los siguientes días ya empezamos a levantar la pared. Ladrillo a ladrillo, con mucha paciencia y turnándonos en todas las tareas: preparar barro (mezclándolo con agua y removiéndolo con las manos), colocar barro en muro, mojar ladrillo y colocar en muro, limpiar barro sobrante y rellenar espacios con barro. Era una tarea sencilla pero muy lenta.

Todos los días comíamos de lujo. Leonor, con alguno de nosotros como ayudante, preparaba siempre unos platos vegetarianos riquísimos y muy sanos: muchos tipos de sopa, ensaladas buenísimas, hamburguesas de lentejas, tortillas de yuca, tartas de verduras, ajís buenísimos como el de poroto con papas...También comíamos unas frutas riquísimas como papaya, chirimoya, pacay..., verduras frescas  y cereales como yuca y quinua, muchos tipos de maíz y de patatas...Todo súper sano. Por la noche hicimos varias veces tortilla de patatas para cenar y unas cuantas más hicimos asados en la barbacoa del jardín o pizzas espectaculares en el horno de barro. De estas dos ultimas se solía encargar Matt, el gran chef de los fuegos.



Los findes solíamos aprovechar el día libre para ir a Sucre a conectarnos a Internet para dar señales de vida a nuestras familias y hacer compras grandes de comida para la semana en el mercado campesino. Este mercado era menos conocido por los turistas y bastante más caótico que el mercado central, pero tenía de todo y a muy buen precio. Allí comprábamos la carne para los asados, la fruta y la verdura, algunos caprichos y las hojas de coca que nos ayudaban al trabajar en el muro.


La hoja de coca se coloca dentro de la boca, entre la mejilla y los dientes. Se cogen unas 10 hojas y con ellas se envuelve un trocito de "lejía" o "llipta" que es como allí llaman a una piedra hecha con bicarbonato de sodio o cal y algún sabor tipo menta. Esto ayuda a que los efectos de la hoja de coca sean más intensos y le da un mejor sabor. La hoja reduce la fatiga causada por la falta de oxigeno a grandes altitudes, disminuye el hambre y los dolores de estomago y es el mejor remedio contra el soroche o mal de altura entre otras cosas. Es súper típico ver a un boliviano llevando una bolsita verde con sus hojas a todos lados, no se despegan de ella.


Estuvimos dos semanas para terminar de levantar todo el muro entre 8 personas, pero mereció la pena, nos quedó un muro perfecto que seguro que va a durar mucho más tiempo que la chapuza que habían hecho con el que se cayó.




















La tercera semana empezamos con los filtros de agua. Trevor construye filtros de agua de lluvia que luego lleva a distintas zonas del valle, donde les hace mucha falta. Se tarda unos dos días en hacer cada uno, pero son pasos sencillos los que hay que seguir. Primero se tamiza la arena y la gravilla, después se hace la mezcla con arena, gravilla y cemento. Mientras se va haciendo eso, otras dos personas se encargan de ir montando los moldes. Después de mojar la mezcla, se rellenan los moldes mientras otros dos van golpeando con mazos al molde para que no quede ninguna burbuja de aire dentro.
Uno o dos días después se puede sacar el filtro si está bien seco. Hay que darle la vuelta con cuidado y abrir el molde y desmontarlo. Mientras, otras dos o tres personas limpian la arena muchas veces, ya que esta es la que va a filtrar el agua dentro del filtro. Es un método sencillo si se tienen las herramientas y además todas las instrucciones y explicaciones de como funciona están al alcance de cualquiera en Internet.


Estando allí lo único malo que me pasó fue que me lesioné la espalda levantando un madero que iba a sujetar una parte del viejo muro que parecía más débil. Me dio un tirón muy fuerte y estuve varios días sin poder moverme bien y con mucho dolor. Fui a una "clínica" que había en Mojotoro a que me lo miraran. La respuesta de la doctora sin alma que me atendió fue que necesitaba hacerme un TAC urgente y que estaba empezando a perder la sensibilidad de la pierna y que iría a peor y en unos años ¡¡podría perderla por completo!!. También me pusieron una inyección "para calmar el dolor" pero al parecer no me la pusieron del todo bien porque me salió un bulto grande que además dolía bastante.

Al día siguiente, tras varias discusiones con mi compañía aseguradora, fui a un hospital de Sucre a hacerme el TAC que tan urgentemente parecía necesitar. El médico, casi sin tocar la espalda ni mirarme, me recetó unas pastillas y ¡4 agujas más! con las que supuestamente tenia que volver a la clínica de Mojotoro para que me las volviera a pinchar la misma enfermera (?) que me hizo la avería. Menos mal que estaba Laura, que es enfermera y se ofreció para ponérmelas.

El dolor no pasaba y ya estaba pensando muy seriamente que tendría que suspender el viaje y volverme a casa porque no podría seguir cargando los 23 kilos de mi mochila. Tras varios días bastante rallado, sin poder hacer trabajos muy físicos en el hostal y descansando bastante, el dolor fue desapareciendo casi milagrosamente (largo de contar). Aun así, hasta que me fui seguí haciendo trabajos suaves como limpiar, ayudar en la cocina o incluso echar una mano a Trevor con asuntos de marketing, publicidad y redes sociales.


El plan principal era quedarnos dos semanas y al final estuvimos un mes. En esos días conocí gente fantástica y aprendí muchísimo, sobretodo de Trevor y su mujer Caro y de René y Leonor. Disfruté muchísimo del ambiente, el lugar, la comida y sobretodo del trato que me dieron todos y espero poder volver a encontrarme con ellos. 


La noche de nuestra despedida Matt se volvió a poner a los mandos de la barbacoa y sacó unos pollos asados espectaculares que nos comimos con una ensalada, unas patatas al horno y una salsa que hizo Chris, ¡pa´ chuparse los dedos! Encendimos la hoguera y disfrutamos de unas botellas de vino mientras contábamos historias alrededor del fuego y para terminar, el anfitrión nos preparó un "canelazo" buenísimo con el que brindamos todos juntos antes de irnos a la cama.


La despedida fue dura, muy triste, pero a la vez bonita por saber que habíamos pasado unos días espectaculares en muy buena compañía. Tocaba seguir el viaje con Matt y Laura, esta vez hacia la ciudad de La Paz, de las que nos separaban unos 700km. y 12 largas horas de bus.

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