jueves, 20 de julio de 2017

POTOSÍ y SUCRE

POTOSÍ


En el bus iba reventado por haber madrugado tanto y sobretodo por la paliza de carrera que me había pegado cargando dos mochilones, aun así no me dormí y estuve disfrutando del paisaje durante todo el trayecto. Al llegar a lo alto de unas montañas pudimos ver a lo lejos una tormenta enorme que parecía que estaba encima de Potosí.

Cuando estábamos cerca de la ciudad, ya debajo de la tormenta, empezamos a ver un manto blanco que cubría todo. Estábamos alucinando. Ya sabíamos que Potosí es, de las grandes ciudades (+100.000 habitantes), la más alta del mundo (4090 metros), pero no nos esperábamos que estuviera nevada. Más tarde nos dijeron que era granizo.
Manto blanco de granizo
A la entrada de la ciudad el tráfico era de lo más caótico que he visto. Tardamos algo menos de 2 horas solo para ir de la entrada a la estación de bus. Estaba todo cubierto de hielo y ríos de agua bajaban por todas las carreteras, las calles se quedaban sin luz cada dos por tres y los semáforos se apagaban. Los conductores intentaban meter el morro del coche en cualquier sitio para pasar pero solo lo hacían aun más lento.

Llegamos a la estación y buscamos algún taxi que no tuviera muy mala pinta, pero en medio de la calle, sin luz, un frío que pelaba y todo el suelo inundado, nos metimos en el primero que pillamos justo antes de que empezara a granizar otra vez.
Por fin llegamos a un hotelito, muy antiguo pero acogedor, en el que poder entrar en calor y descansar. Cenamos nada más llegar y justo después fuimos a dormir porque ya no podíamos ni con nuestros huesos.

Por la mañana pude degustar uno de los peores desayunos de mi vida. Consistía en pan muy muy seco y duro, una especie de huevos revueltos como pasados por agua fría y un café concentrado que sabia a muerte. Aun así había descansado y hacía buen tiempo en la calle.

Fuimos a conocer la Casa de la Moneda, que tiene un museo muy interesante a pesar de que el guía  hablaba un inglés que se iba inventando él sobre la marcha y que ese día, por lo que fuera, no tenía muchas ganas de trabajar ni contar cosas y nos hizo el recorrido en la mitad del tiempo.

Nos hablaron de los buenos tiempos de Potosí, que llegó a ser una de las ciudades más ricas y famosas del mundo por sus minas de plata (las más grandes del mundo en el siglo XVI). En ella vivía gente de clase muy alta, pero también los mineros que trabajaban (y siguen trabajando) bajo condiciones extremas sin ningún tipo de medida de seguridad por un salario ínfimo.

Otro de los sitios de interés turístico más famosos son las minas de Potosí, donde se puede entrar a ver como trabajan y caminar por alguno de los túneles superiores. Nosotros decidimos no ir. No queríamos ir a ver a esa gente sufrir ni tampoco ser parte del show turístico que se ha montado sobre algo tan serio.

Para matar el hambre con el que nos había dejado ese desayuno tan triste, fuimos a probar un menú del día típico de Potosí. Una ensalada para empezar, una rica sopa de quinua y un buen plato de pique-macho me dejaron más que satisfecho y preparado para una buena siesta.
Después de la siesta salimos a buscar un bar donde dieran el partido Bolivia-Colombia. Creíamos que lo retransmitirían en todos los bares, pero estuvimos una hora dando vueltas hasta que encontramos donde verlo. Después volvimos a patear las calles durante casi una hora buscando otro donde dieran el Chile-Argentina. Terminamos convenciendo al dueño de un restaurante vegetariano para que lo pusiera y, ya de paso, nos cenamos unas hamburguesas de lentejas muy buenas.
Pique Macho

Nos dio la impresión de que Potosí no tenía mucho más para descubrir y decidimos seguir hacia Sucre al día siguiente.

 SUCRE


En los buses bolivianos te puedes encontrar a gente vendiendo cualquier cosa. En el bus de Potosí a Sucre uno nos quería vender un producto natural que se podía consumir de mil formas distintas y que además era bueno para todo. Lo mismo te quitaba el estrés, que te bajaba el colesterol, te limpiaba la sangre y te hacía tener la potencia sexual del toro. Además al tipo parece que le caímos bien porque nos dijo que a nosotros nos lo dejaba a mitad de precio. Aun así no compré. Si tengo que comprar a todos los que me venden un producto milagroso a un precio inmejorable en Bolivia, me quedo sin dinero en una semana.

Al salir de la terminal de bus de Sucre nos recibe un señor muy mayor que nos invita a llevarnos a nuestro hostal. No tenía mucha pinta de taxista pero transmitía confianza. Cuando me subí en el asiento del copi mis sospechas de que no era un taxista se confirmaron.

Tenía el volante a la izquierda pero el cuentakilómetros (que no subía de 0 km/h), el indicador del aceite (a 0 también) y todos los marcadores estaban a la derecha, donde me sentaba yo. El único marcador que parece que funcionaba era el de freno de mano, porque el tipo lo llevaba arriba mientras conducía. Se partía el culo cuando le preguntaba, por ejemplo, como sabia cuando echar gasolina. Antes de llegar al hostal, el señor, que aparentaba tener 99 años y medio, se puso a gritarle a un macarra que iba en una Scooter y solo gracias a que el chaval llevaba puestos los auriculares, nos libramos de un jaleo.

Llegamos al hostal 7 Patas, dejamos las cosas y salimos a comer a una chifa, que es como le llaman en casi toda Sudamérica a los restaurantes chinos. Por la tarde salimos a dar una vuelta para conocer la ciudad, ver el mercado y subir a un mirador. Esa noche cenamos unas lentejas muy buenas que había hecho Laura y fuimos pronto a la cama.





 




 












A la mañana siguiente me desperté muy flojo y con el estomago muy revuelto así que ni desayuné. Al mediodía quedamos con Trevor, el dueño de la casa de huéspedes donde íbamos a hacer dos semanas de voluntariado. Mientras le esperamos me entró mucho frío y me sentí muy débil, así que después de conocer a los demás voluntarios y escuchar las instrucciones de como llegar a Teja Huasi me fui directo a la cama.

Tras una siesta de casi 4 horas me levanté mucho mejor y salí a comer algo con los kiwis. Al parecer ya estaba recuperado porque terminamos en un pub irlandés probando zumos de cebada artesanal mientras jugábamos a los dardos.

Al día siguiente seguimos las instrucciones de Trevor para llegar hasta Teja Huasi, donde estuvimos tan a gusto que alargamos nuestra estancia a un mes.
 

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